Martes 14 de noviembre (de 16:00 a 18:30 h.) | Librería Castroviejo
2,5 horas | 20 plazas | 10€
Decía el narrador británico E. M. Forster que “en una novela siempre hay un reloj”. En toda historia, sea cual sea su género, interviene un elemento cronológico; algo que no es anecdótico, sino que determina la naturaleza profunda de lo que estamos narrando. Por ello, resulta esencial preguntarnos: ¿cómo funciona el tiempo en las narraciones? ¿De qué manera se despliega y afecta a lo que contamos la organización cronológica de nuestro relato? ¿Qué consecuencias de todo tipo –estéticas, psicológicas, morales– se derivan de una narración lineal ordenada frente a otra secuencial, o fragmentaria, o caótica?
Es una pregunta imprescindible sobre la que conviene pararse a reflexionar. Es importante que fijemos nuestra mirada en esas cumbres de la literatura universal protagonizadas por el tiempo, en que este nos envuelve y se impone con una corporeidad casi física, pegajosa.
Tic tac. Esperamos a Godot y Godot no llega. ¿O sí? Obras como La montaña mágica (1924) de Thomas Mann, En busca del tiempo perdido (1913-1927) de Marcel Proust y El desierto de los tártaros (1940) de Dino Buzzati, entre otras, suponen una inmersión oceánica en las corrientes del tiempo, de cuyo estudio podemos extraer enseñanzas, experiencias, bellezas y adivinaciones, que serán útiles para aplicarlas a la hora de crear nuestros propios relatos. Hay en ellas un arte de la dilación, un juego con la espera y las expectativas (cumplidas o no), apoyadas en ese reloj –o relojes– que presiden las historias. Siempre.